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viernes, 8 de diciembre de 2017

El fracaso del independentismo

               
Puerto Rico es un laboratorio de movimientos políticos fracasados. El estadolibrismo y el anexionismo no me importan. Que se ahoguen en su pantano.
Convencida de que la independencia es la única opción para Puerto Rico, me importa que los independentistas reconozcamos el fracaso del proyecto político que hemos tratado de llevar a término y emprender uno nuevo.
Ha llegado el momento de aceptarlo sin buscar excusas ni culpables ajenos. ¡Qué mucho nos cuesta internalizar que perder una batalla no implica perder la guerra!
El viejo plan de batalla no nos está llevando a donde nos propusimos. Tenemos un ejército en desbandada con motines a bordo. Se requieren nuevas estrategias, batallones frescos, armas nuevas.
Tenemos que verbalizar el fracaso y exorcizar la culpa. Con nuestros destellos de gloria y nuestros héroes bien claros, pero sin romanticismos.
Aceptar un fracaso no es debilidad. Puede ser fortaleza si nos hacemos dueños de él y nos perdonamos sin penitencias. Hay que aceptar el tamaño y las tretas del enemigo para construir armas nuevas y tretas mejores. Descartar el resentimiento que nos produce la frustración y nos convierte en nuestros peores adversarios en una riña fratricida de exclusión. Descartar a los que no pueden despojarse del resentimiento. Que peleen solos. Quedamos suficientes capaces de hacer la lucha con amor.
Muchos nos sentimos mejores independentistas cada día, pero esa satisfacción es tan individualista como la ideología y ética del enemigo que combatimos.
Deberíamos empezar por reconocer que los términos que nos son comunes y necesarios no le hacen sentido a mucha gente fuera de nosotros.
Algunos le llaman narrativa, otros le llaman discurso. Como quieran llamarlo, los independentistas tenemos que actualizarlo.
Para muchos puertorriqueños la independencia significa que para beber leche tiene que salir todos los días a ordeñar la vaca. La oferta es de “valor y sacrificio”. Tenemos que cambiar eso por la idea de la independencia como la búsqueda de la felicidad común, como un proyecto alegre cuyo fin es que todos disfrutemos de un mejor país.
Ese ha sido nuestro talón de Aquiles. Que no nos podemos explicar la independencia desde aplacar las necesidades de la gente, sino desde nuestra retórica intelectual del socialismo y el patriotismo, que puede ser bastante lúgubre.
Cuando nos piden explicar cómo sería la economía en la república no podemos responder con un tratado de economía. Tenemos que hablar en arroz y habichuelas y no lo hemos sabido hacer porque nos empeñamos en explicar primero lo que es la lucha de clases y el neoliberalismo. En que hagan primero profesión de fe contra el coloniaje y por la muerte del tirano. Cuando llegamos a la respuesta concreta ya el paisano está roncando o se nos ha ido del lado.
Mejor al revés. La conclusión primero y cómo llegamos a ella después.En cualquier proceso de aprendizaje, el mejor método es el que provoca las preguntas para la próxima explicación. El “¿Y por qué?” de los niños que determinan lo que quieren saber y cuando - su ritmo de aprendizaje.
¿Sueno simple? Pues esa simpleza es la que necesitamos para ofrecer la independencia como opción.
Por cierto, las organizaciones tienen que admitir también su fracaso organizativo y plantearse desaparecer o transformarse. De lo contrario, habrá que echarlas a un lado. Perder tanto tiempo en atacarlas y en defenderlas nos amarra.
Yo propongo partir de tres consensos: (1) cómo descolonizar sin plantear la independencia perfecta; (2) cuál es proyecto económico que podemos proponer en arroz y habichuelas; y (3) cómo integrar la diáspora al proyecto para presionar el cambio empujando todos juntos.
El movimiento independentista ha sido exitoso en sobrevivir la más cruenta de las batallas. Sobrevivió pero la perdió. Ahora tiene que disponerse a usar esa vida para ganar la guerra.

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